En la web de Metroscopia dicen: «Las encuestas y sondeos de opinión constituyen un instrumento consolidado de análisis social […] no son una cuestión de fe, sino de utilidad y eficacia. Tampoco constituyen un arte adivinatoria, por más que en ocasiones se tienda a darles ese sentido. Sirven nada más —pero también nada menos— que para describir y medir los estados de opinión existentes en la sociedad en un momento determinado, y por tanto su manejo requiere, por parte del analista, elevadas dosis de humildad y prudencia.» Cuesta encontrar la línea de separación de una pseudociencia, aunque se vista de fórmulas matemáticas que suelen apuntar al resultado. Pero no quiero meterme con el trabajo de tantos buenos profesionales que utilizan la estadística con el fin de aventurar el pensamiento humano.
Quizás el mejor uso y análisis que haya leído sobre como emplear la estadística en sociología se encuentra en la publicación de Javier Salas, Las matemáticas derrotaron a los tertulianos en EEUU, ¿por qué no en España?, en esmateria.com. Merece la pena estudiarse de ejemplo de cómo se hacen buenas encuestas electorales. Nos cuenta la visión un matemático-economista, Nate Silver, que ha iluminado las encuestas sociológicas con un potente faro y alejándose de la pseudociencia.
Sin embargo, temo que existe un marcado matiz que diferencia su trabajo de otros: la independencia. Ante la pregunta: ¿por qué fallan tanto las encuestas?, cabe preguntarnos: ¿las que fallan son las que nosotros leemos? Es decir, cuando presentan el resultado entregan dos informes. Uno dirigido a quien pide la encuesta, otro maquillado a los gustos del solicitante para que lo presente a los medios.