Capítulo VII
El Mercedes aparcó entorpeciendo el paso de peatones. Los cristales tintados y de color negro metalizado impoluto. El guardaespaldas abrió la puerta del pasajero que dejaba ver una figura enjuta envuelta en una abrigo poco propicio para esas fechas. Aún sentado en el asiento de piel del coche gesticulaba escandalosamente. En una mano el teléfono, en la otra el un vaso con agua casi vacío de tanto agitarse, y el auricular colgado de la oreja. Hizo el amago de salir, pero la conversación acalorada lo retuvo. Un nuevo intento y se frenó abalanzando el vaso al fondo del coche. Al final bajó, sin interrumpir la conversación y continuando los gritos con su interlocutor.
El guardaespaldas sujetaba la puerta sin poderla cerrar, el pequeño hombre envuelto en un abrigo en pleno verano obstaculizaba la puerta. «Joder, sale o no», pensó. Otro de los muchos pensamientos que ocultaba tras la buena paga que recibía. El enjuto hombre elevó una vez más la voz y de repente paró, se quedó quieto por un segundo y explotó.
Los brazos se levantaron, el abrigo se agitó al ritmo que el cuerpo convulsionaba y las manos asieron con fuerza el teléfono y el cable del auricular. En un arrebato de ira tiró el móvil al suelo y empezó a saltar encima de el. Como un niño con una rabieta. Los espectadores creyeron ser los asistentes de una escena televisiva y algunos aplaudieron. El pequeño hombre envuelto en un abrigo en pleno verano se perdió en el interior del edificio, mientras el mercedes desaparecía entre la multitud de coche que circulaba en la avenida, dejando apenas intuir el nombre de la matrícula: ICANH.