Los desastres naturales, no solo causan daño y destrucción, abaten el corazón de quienes miramos, a través de un cristal, absortos en el sufrimiento de los demás y administrando la empatía con cuantos pasan fotograma a fotograma. He vivido la semana más intensa de todos los sucesos catastróficos que he conocido. Y no se trata que estos duelan más que otros; se trata de que estos los he vivido momento a momento, sin intervalos por medio, y con la butaca en primera fila.
Hemos pasado de la desolación por una ola al terror por un reactor. Terremoto, tsunami, reactor nuclear, radiación, apocalipsis, todo un conjunto de palabras que, si por sí causan temor, unidas provocan una vorágine difícil de expresar.
Entre todos esos sentimientos algunos no son de tristeza, miedo o desconsuelo, sino de… fascinación. Ver como un pueblo se une, se ayudan, conservan el orden en el desorden, la entereza en la angustia, la solidaridad, el apoyo, la fidelidad, todo un derroche de cualidades cuando no pueden permitirse derrochar nada, te tiene que embelesar. Cuando oigo que los trabajadores jubilados de la central nuclear se ofrecen para ayudar y sustituir a los jóvenes, solo encuentro una palabra: ¡admiración!.
Fran G.
3 abril, 2011Totalmente de acuerdo. Además esta catástrofe nos demuestra una vez más que la aparente tranquilidad en la que vivimos, es capaz de transformarse en caos en milésimas de segundo y todas las respuestas se convierten en preguntas.
Que pequeños somos.
Un saludo.