El hombre que sabía demasiado IV

Los cinco de Cambridge

En 1952 comienza el principio del fin. Durante su vida aprendió a vivir con secretos, pero algunos creyó que no necesitaba guardarlos. No pregonaba abiertamente su homosexualidad, tampoco la escondía. Lo acusaron de ultraje a la moral pública y lo sentenciaron a tratar su cuerpo con estrógenos; eran el mismo tipo de teorías médicas que más tarde nos mostraron en La naranja mecánica con el tratamiento Ludovico, o la lobotomía en Alguien voló sobre el nido del cuco. El hombre que cuidaba su cuerpo, para participar en competiciones atléticas, vio como engordaba y le abultaban los pechos.

Ya no es seguro mantenerlo trabajando en los proyectos gubernamentales de criptoanálisis. Estamos en los tiempos del inicio de la guerra fría: yo te espío, tu me espías. Para mayor psicosis, al servicio secreto inglés le ha salido una oveja negra, o más bien cinco; pero ellos no lo saben. Los Cinco de Cambridge trabajan para los rusos. Guy Burgess y Donald Maclean abandonan el país cuando se enteran que poseen evidencias de sus actos de traición. En ese mismo año, 1951, otro miembro de los Cinco, John Cairncross, reconoce que pasó documentos importantes. El MI6 descubre que los rusos manejan información sobre el código Enigma. Cairncross trabajó en Bletchley Park y quizás conoció a Turing. Para el MI6 no importa el escaso interés político de Turing. Él ante su falta de trabajo y la humillación en su país admite haberse planteado la idea de irse a Francia en busca de trabajo. Al servicio secreto inglés no le da igual.

Al terminar la guerra los ingleses y americanos, que compartieron todos los conocimientos sobre Enigma, decidieron vender el excedente de máquinas en su posesión. Total, sabían como descifrarla. No extrañaría suponer que los compradores creían en la segura invulnerabilidad del prodigio alemán. No obstante temen la fuga de cerebros. La conclusión de la guerra desencadenó muchas carreras: la carrera de los rusos por conseguir la bomba atómica, la carrera por la aviación a reacción, la carrera por los científicos alemanes… En “El buen Alemán” los americanos no escatiman en recatar crímenes contra la humanidad con tal de llevarse vivos a científicos alemanes. Turing resulta ser un personaje incómodo.

Oficialmente Turing se suicida, como Marilyn Monroe. Extraoficialmente…, extraoficialmente no hay nada. Su hastío por la vida a la cual lo llevaron constituye motivo suficiente para un suicidio. En julio de 1954 no le queda nada, después de menoscabar sus teorías, a principios de 1952, todo fue un acúmulo de mala suerte: le roba su amante, lo acusan de ultraje a la moral pública, lo condenan a la castración química, lo echan del trabajo…. Sólo una manzana, encima de la mesilla, junto a la cama, donde duerme, como Blancanieves, con un mordisco y rociada de una solución de cianuro.

En 2001 se realizó la película Enigma basada en la obra homónima de 1995 de Robert Harris, para mayor escarnio: inglés, sobre un joven matemático que trabaja en Bletchley Park, durante la Segunda Guerra Mundial, en la oficina central de la criptografía británica, destripando los entresijos de la máquina Enigma y con una trama de espionaje por medio. Su nombre: Tom Jericho, y no se parece en nada a Alan Turing.

Algunos nos gustaría pensar que no se suicidó; que fue el resultado de una genuina historia al estilo de John le Carré; que algún día será el héroe protagonista de una película de espías. Al fin y al cabo, como titula David Leavitt en su libro, Alan Turing era El hombre que sabía demasiado.