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27 febrero, 2009

El hombre que sabía demasiado I

Hace tiempo que escribí un artículo colaborando en un blog. Lo he rescatado por si algunos os interesa

El hombre que sabia demasiado

—¿Soñaré?
—Desde luego que soñarás. Todas las criaturas inteligentes sueñan, pero nadie sabe por qué. —Chandra se calló un momento, soltó otro anillo de humo de su cigarro, y agregó algo que nunca hubiera admitido ante un ser humano—. Tal vez sueñes con Hal, como yo muchas veces lo hago.

Arthur C. Clarke, 2010: Odisea II,1982

En realidad la pregunta primigenia no era esa, pero para la evolución siguiente a Hal la pregunta sí era pertinente. El Dr. Chandra necesitaba respuesta a otra pregunta: ¿qué ocurrirá cuando se conecten los circuitos desconectados de Hal?. Tampoco era la pregunta primigenia. Ya catorce años antes Philip K. Dick se preguntó: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, el mismo año que Hal tripula la Discovery. Philip K. Dick y Arthur C. Clarke sólo se preguntaban aquello que desconocían. También Isaac Asimov conocía la pregunta y sabía la respuesta al crear a Cutie, el primer robot que manifestó curiosidad por su propia existencia (Yo, Robot, 1950).

Estas preguntas se han diluido en la trama del celuloide, como la pregunta primigenia. Ya no importan, no se necesitan, es suficiente con que el héroe coja al asesino, acabe con los androides malos o arregle la computadora dañada. Lo injusto es cuando no sales en las películas porque tu trabajo ha sido encontrar un nombre en una transcripción radiofónica. Lo injusto es cuando no sales en las películas porque tu labor la has realizado en los sótanos de un bunker mirando fotografías. Lo injusto es cuando no sales en las películas porque tu misión se ciñe a empuñar una tiza y escribir en la pizarra. Lo injusto es cuando te llamas Alan Turing. En 1950, Alan Turing, escribió un artículo científico donde planteó la pregunta primigenia: ¿puede pensar una máquina?. No tardó en ser denostado.

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