Yo tampoco estaba en junio de 2002 vociferando las maldades de una ley que vulneraba las libertades de Internet; ni estaba escribiendo en un blog en defensa de Internet. La verdad es que no me acuerdo que estaba haciendo en junio de 2002. Me imagino que preparando los exámenes de mis alumnos, resolviendo sus dudas y dando mi opinión cuando debatíamos sobre el camino que discurrirían las tecnologías de la información. Lo realmente penoso es que te etiqueten por el hecho de estar callado o por dar una opinión contraria.
Estamos viviendo unos días vibrantes entorno a la polémica de las libertades en Internet. Hasta hace poco tiempo (y ese tiempo no incluye 2002) Internet no impulsaba opiniones sociales del alcance que hoy vemos. Hemos pasado del uso tecnológico al uso social, y si el «pásalo» significó un cambio sustancial de los movimientos espontáneos, la extensión global de las redes sociales, en sentido general, ha iniciado un vertiginoso ascenso de la opinión personal. Ya no necesitas ser un periodista de renombre para que tu columna se tenga en consideración. Ni necesitas que algún medio de comunicación publique tu opinión para que pueda llegar muchos oídos. Nos movemos en la paradójica verdad que nuestra opinión vale más allá de esperar a los quince días previos a las elecciones.
Si movilizar un gran número de personas en una manifestación era tarea sumamente costosa, sólo en las manos de sindicatos y partidos políticos, ahora Internet puede aunar un amplio espectro de la sociedad en una sola voz y extenderse más allá del impacto que nos quieran hacer creer los medios de comunicación. Internet genera movimientos sociales no tan rimbombantes como las manifestaciones en las calles, pero con grandes diferencias: el manifestante por Internet no tiene que rendir cuentas ante quien lo convoca, ni necesita que alguien le convoque, ni quiere que tutelen su opinión, ni busca exhibirse en pos de un reconocimiento personal. Se dedica a dar su opinión sin esperar que le digan cuando debe depositar la papeleta de turno.
Este hecho le cuesta comprenderlo a muchas personas y, en particular, a la clase política. Siguen anquilosados en un mundo fraccionado en dos posiciones: conmigo o contra mi. Toda aquella opinión contraria a las tesis de un partido son opiniones del partido oponente, como si las opiniones se circunscribieran a un partido y no a una persona, como si todas tus opiniones estuviesen condicionadas a tu filiación política. Precisamente este pequeño detalle es la gran diferencia entre un político (póngase por ejemplo Felix Lavilla) y un blogger (Enrique Dans).
Acabo de leer con estupor la entrada, en el blog de Enrique Dans, Políticos al borde de un ataque de nervios: el movimiento descentralizado, y me parece vergonzoso que tengamos que defendernos por el mero hecho de expresar nuestra opinión. Es comprensible (que no justificable) que un político no conciba mayor libertad que la otorgada por su partido, pero resulta desolador que tenga que escudarse en una interpretación política de la opinión de un contrario para rebatirla. Aunque, por desgracia, estamos acostumbrados a que nos etiqueten por nuestras opiniones, y en función de la etiqueta: juzgarla, independientemente de valorar si tenemos o no razón.
Pero una vez más caen en el error, en la desorientación, en la falta de compresión de un mundo que cambia más rápidamente que su adaptación. Por eso las opiniones en Internet les asustan, ya no las pueden controlar, no entienden que estén fuera de su alcance, que no sean el resultado de una presión mediática, ni del acaudalado bolsillo de un lobby. No se dan cuenta que la verdadera libertad se refrenda en el mismo momento que una opinión solitaria puede convertirse en un clamor popular.
Estimado Felix Lavilla, yo tampoco estaba en junio de 2002, lo cual no me impide opinar sobre las libertades en Internet y valorar la opinión de Enrique Dans independientemente de la etiqueta que le quieran asignar.
José Luis
8 diciembre, 2009Está bien claro que los políticos siempre ha ido y van un paso por detrás de la sociedad, a lo que hay que añadir que viven una realidad muy diferente de la que viven muchos ciudadanos. A la mayor parte de los políticos no les aprieta el bolsillo a final de mes, su futuro está mas o menos claro en algún BUEN puesto en alguna BUENA multinacional, o con una BUENA pensión vitalicia, o conuna BUENA cuenta corriente salida de comisiones ilegales, etc. Con todos estos alicientes, ¿cómo van a tener una percepción de la realidad parecida a la que tiene la mayoría de la sociedad?
Todo esto dicho anteriormente impulsa a los políticos a no querer cambios en este status quo, o por lo menos cambios que ellos no puedan controlar y que les obstaculicen su estupendo futuro. Cuando en su horizonte aparecen elementos nuevos y que además cuestionan su posición en la sociedad entonces sacan a relucir su anteriormente adormilada verborrea panfletaria. Ahí sí, ahí sí que se mueven, porque les van las alubias en ello.
Los políticos ni son el centro de nada (y cada día menos) ni representan a nadie, solo se representan a ellos mismos y a los intereses que los han puesto en sus escaños. Si algo tengo bien claro en mi vida desde hace años es que no pienso votar nunca a ningún político parásito, los cambios sociales no van a venir de la mano de ningún partido, lo que si hago de manera activa es apoyar las iniciativas sociales iniciadas del modo en que se ha iniciado esta del manifiesto. Que quizás no cambien mucho la realidad, bueno, pero de lo que sí estoy seguro es que los políticos si que no van a cambiar nada. Los políticos pueden hacer dos cosas, meterse su «opinión» donde les quepa y devolver el dinero que fraudulentamente se «ganan». Un político no es quién para decirme a mi nada.