En el suplemento Campus de elmundo.es podéis encontrar un artículo sobre el físico Richard Feynman. Este Nobel de Física, que conjugó el buen hacer de la investigación con la fama del reconocimiento, tuvo la gran suerte de vivir un tiempo en el que un genio era reconocido más allá del gremio en el que trabajaba.
Antes del comienzo de la segunda guerra mundial eminentes científicos eran respetados y conocidos por las masas. Einstein había desembarcado en 1932 en la Universidad de Princenton, EEUU, en olor de multitud. Su fama le precedía y, en ocasiones, se comportaba como un showman. A la gente le gustaba codearse con eminentes científicos. Enrico Fermi también emigró a EEUU, tras recibir el nobel en 1938, y huyendo de los sucesos que acaecían en su Italia natal. En la Universidad de Columbia también lo recibieron con los brazos abiertos. Por lo que he leído, no tan dado al disfrute de la fama como Einstein o uno de los americanos más eminentes con quien trabajó: Julius Robert Oppenheimer.
Oppenheimer llegó a ser reconocido como uno de los físicos más prometedores desde sus inicios en la Universidad de Harvard. Como EEUU se le quedó pequeño marchó a Europa a adquirir los nuevos adelantos en física que se producían de las mentes como Rutherford (que fue su maestro), Planck, Einstein, Niels Bohr, Max Born o Heisenberg, entre otros. Cuando volvió a su patria se le consideraba con tanta inteligencia y carisma como para ser merecedor de dirigir el secreto Proyecto Manhattan. Eran tiempos en los que un científico eminente se le estimaba.
Los americanos no escatimaron en recursos materiales ni personales para su Proyecto Manhattan. Oppenheimer tuvo trabajando a otro fichaje eminente, Edward Teller, que a la postre también disfrutaría de las mieles del triunfo y el reconocimiento por parte de los ciudadanos ajenos a la ciencia, aunque quizás más debido por sus desvaríos. No sólo Teller o Fermi fueron los únicos genios y seguro que tampoco los más grandes, puesto que (en mi opinión) estaba reservado para John von Neumann. Y, como no, Feynman para cerrar el círculo.
En la década de los 60 del siglo pasado, los nombres de científicos como Einstein, Fermi, Oppenheimer, Teller, von Neumann o Feynman eran de reconocido prestigio, archiconocidos por la población estadounidense y gozaban de la misma fama que los jugadores de béisbol retratados en el Salón de la Fama.
Hoy los tiempos han cambiado, reconocemos deportistas, gentes del cine, famosos de la farándula, escritores de best seller y, de vez en cuando, algún Premio Nobel.